lunes, 22 de abril de 2013

Brisa Romera


Alfredo Ybarra
Las  banderas ya llevan días rozando con su seda serrana y mariana. Hoy ya tocan a romería las aldabas de las casas andujareñas, ha roto aguas la primavera y la Morenita nos espera. Sólo quiero salir a la calle, entregarme a Andújar, y en silencio escuchar  la inmensa magnitud de la ciudad, que redobla a tambor romero en el pulso de su corazón. La Romería es el culmen de una devoción que se vive a lo largo del año en muchos lugares dispersos por tantas y tantas geografías.Y Andújar es su epicentro, y el corazón, el Cabezo. Es una  celebración de siglos,  tan singular como compleja, al hacer humano lo divino por medio de una estética, de unos ritos, de una religiosidad, más que genuinos, que la convierten en una fiesta en la que el propio pueblo, como experiencia colectiva, se proyecta en ella con sus cantes sus promesas, su alegría, sus desconsuelos, sus rezos, sus esperanzas, sus certezas,…puestos a los pies de la Virgen de la Cabeza. Triunfando así, pues, el milagro de la vida, en medio de la luz, en medio de la naturaleza, a través del sentido espiritual de la peregrinación, en la pura metáfora de la renovación de la vida que la primavera trae. En esta fiesta hay un derroche inusitado de imaginación, de sensaciones, de conmociones del alma y de vivencias plurales, tan fuertemente arraigadas en nuestros pagos, en los que el ritual responde siempre a sus necesidades. Es toda una alegoría esa simbiosis  entre la Sierra de Andújar y el Cabezo, y en los días primaverales más, porque en su conjunto nos desvelan la grandeza divina y en los dos habitan todas las lenguas posibles del alma. Despojada de los flecos festivos y sociológicos, la fiesta y toda su contexto son el lienzo donde bordar una devoción cuyo centro es la Virgen de la Cabeza, que es paradigma de la perfección armónica, esa paz suprema que lleva el espíritu a emprender el camino de la Verdad suprema, la de Dios. Oía hace poco que con María siempre se lleva a Dios, y es verdad, por su metáfora, por su vida, por su fe y entrega, por su esperanza, por su regazo inmenso de paz. Ahí está la verdad de esta devoción, en esos cientos de miles de almas que sienten una extraordinaria vivencia en la Sierra de Andújar, en el Santuario, que hace la verdad salga a su encuentro y la plenitud las inunde. La devoción mariana encumbrada en la Romería es la metáfora de la vida. Lo bueno y lo malo de nuestro acontecer sublimado en las imagen de la Morenita  que es mano tendida a la armonía de la gracia. Alguien dijo que  si la religiosidad es la pureza de sentir; nada más religioso que la Romería, que a la par es como el océano, que está inmóvil e inmenso en su más genuina esencia y también nos trae las olas más actuales y cercanas del la humano y anímico sentir.
Sólo quiero beber la brisa iliturgitana que sabe enfocar su mirada en la Virgen Serrana, que ahora siembra de duendes las servigueras del encuentro, y hasta ilumina sus sombras con savia eterna renombrada. Y me filtra en el alma el ardor, el secreto de su fuego antiguo y milagroso que nos hace tener esta fe, que es como toda fe, y sin embargo tan diferente, tan nuestra, trasminada por los siglos desde aquel 1227. Hoy, sólo quiero extraviarme en el hálito vaporoso de esta Andújar que vuelve a amanecerse y columpiarse en el sueño desbocado de volver a calarse la medalla romera, y el estadal, y la esencia de nuestra identidad que fraguaron nuestros mayores. Hoy solo quiero persignarme con el agua bendita que la ciudad destila en la sonanta de su alma. Hoy solo quiero mirar al Cabezo y soñar una nueva Romería que vuelva a detonar la grandeza íntima de mi alma.

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