lunes, 2 de mayo de 2011

Alfredo Ybarra escribe en la prensa sobre LA MORENITA



Con la Morenita, siempre

Alfredo Ybarra

Los días previos y ayer sábado hicieron con unas inclemencias del tiempo revueltas e inquietantes, muy húmedas, que para muchos se cayera el espíritu romero que busca la luz primaveral que rompe el lienzo del cielo, se desconectara ese resorte que todos los años les impele a desplazarse a ese imán de la religiosidad efusiva y festiva, que es el Cabezo, en el corazón mismo del parque natural Sierra de Andújar. Sin embargo, cientos de miles de romeros, sí que creían que merecía la pena el esfuerzo de atreverse a superar las lluvias, las bajas temperaturas que rodean estos días el Santuario de la Morenita, los terrenos encharcados donde es difícil la acampada y, claro, el no poder festejar como se suele hacer la Romería de la Virgen de la Cabeza, que guarda un apartado muy importante al cante, al baile, a la bebida y a la comida, compartidos junto a un intercambio de experiencias y vivencias en esta aglomeración secular de pueblos y culturas, de diferentes modos de entender la espiritualidad, de estamentos sociales permeabilizados, en pos de la unción en torno a la imagen sacra y mariana, tan serrana.

Hoy todo el mundo aguarda que el cielo se abra y deje que la Morenita navegue sobre sus andas por ese océano, que se vuelve infinito, de corazones enfervorizados que aguardan para que se cumpla el rito, el símbolo que tiene un marchamo de primitividad esencial en cuanto al sentido religioso. El obispo de la diócesis, Ramón del Hoyo, va a entregarle a la Reina de Sierra Morena una joya que significa la clausura del Año Jubilar que concluyó con 2010. Su manto rojo va a deslumbrar sobre el fondo de nubes que el cielo ha traído este año. Todos, los que están en el Cabezo, y los cientos de miles de almas que se distribuyen por tantos y tantos sitios y que hoy de algún modo están contemplando ese corazón hiperactivo que palpita al unísono con la Virgen de la Cabeza, y, aguardan que la gracia humanizada se derrame, que cielo y tierra se unan en unos instantes infinitos, que la conmoción inunde los espíritus, cuando las andas de la Virgen rocen las entrañas romeras y esos dos trinitarios, Antonio Torres y Rafael Márquez, hagan que niños, objetos y prendas vuelen hasta la gracia que desprenden los flecos de su manto. Son sesenta y ocho cofradías las que van a acompañar a la patrona de la diócesis. La procofradía de Murcia estará por primera vez, igualmente las Cofradías de Palma del Río, Cabra y Bujalance vuelven al cerro tras épocas en que ya se cortó la relación. Hoy van a ser más perceptibles los hondos sonidos que mayo despliega entre las solanas y umbrías del corazón de la serranía, esa sierra de Andújar que tornea en la geografía una fragua para el espíritu de esencias y filigranas, una sierra que parece que Dios ya consagró en sus primeros trazos creadores para ser un santuario natural, un sagrario para la espiritualidad humana que había de acoger un rotundo manifiesto de encuentro definitorio con la salvación. En estas atalayas de la sierra, Ella, la Morenita, a través de su romería, un año más, quiere salir de su templo y entre sus romeros, mecida y abrazada, contar a los cuatros vientos el milagro de la vida, el gran misterio de la fe y la trascendencia. Ya suena ese peculiar redoblar de tambores, ya los cohetes escriben su pregón en el cielo.

Culminan en este domingo de mayo un cúmulo de actos, cultos, ritos y actividades, ya de las cofradías, ya de grupos romeros, ya desde la Basílica-Santuario, ya desde tantos templos que se abren al culto de la Virgen de la Cabeza, ya desde tantas particulares devociones en torno a la Virgen de la Cabeza que ahora entre los riscos de la Sierra de Andújar va a ser un sueño de enormidad. Andalucía entera y todas las geografías, traen ya a la serranía iliturgitana los paisajes con los que aprendieron a venerar a María y todos se confunden entre jaras y madroños, cúpulas y artesonados, catedrales, ermitas humildes, lugares de arenas finas ,y, roquedales, ciudades y aldeas océanos y mares.

Ideal 2 de mayo, lunes



El Cabezo volvió a ser un manantial de sentimientos romeros, un océano donde encumbrar las infinitas búsquedas del ser humano.

ALFREDO YBARRA

Ayer domingo, el Santuario de la Virgen de la Cabeza agrandó hasta el infinito sus muros y se hizo además sagrario de una común unión de cientos de miles de corazones enfervorizados que se vieron heridos de amor en su conmoción por el encuentro con la Morenita, con la Virgen de la Cabeza. Ella ayer fue camino y meta, búsqueda y hallazgo, un tránsito de instantes que místicamente hablando liberan y dan a la caza alcance. Y ayer su romería llegaba a sus momentos cumbres tras la celebración eucarística presidida por el obispo de la diócesis, Ramón del Hoyo. Se cumplía una fiesta colectiva que exalta los sentidos y la renovación de la vida; un paradigma de lo que es la espiritualidad humana. Pero también es piña de colectividad, comunión de compases anímicos; es hermandad y cofradías, un encuentro, una vocación de fe. Y es un sentimiento individual que estremece los tuétanos y también es unión, una fraternidad de sueños compartidos. La tarde del sábado tras una jornada con fuertes tormentas y tras unos días de una climatología empecinada en el abandono del sol, dejó un paréntesis para poder compartir en esa ciudad efímera del santuario momentos cálidos y fraternos, algo consustancial a la fiesta romera con un pilar en la alegría compartida, y, en el Cabezo eso se da mucho entre cofradías, peñas y todo el que llega, que, siempre es bien acogido.




Si una cosa tiene la romería, además de su entidad religiosa, es su gran perfil de paréntesis intercomunitario de acercamiento lúdico de experiencias y vivencias, que sólo se puede entender en una lectura histórica de lo que en otros siglos era la vida y el esporádicamente poder confraterniza. El sábado y el domingo romeros la tradición se respiraba, se vivía en cosas patentes y en otras inmateriales. Volvía por todas partes ese tan ta ran tan del tambor romero, con tanto sabor, tan peculiar, y ese tremolar de las bandera de las cofradías, tan pesadas tan aparatosas y sin embargo el malabarismo tradicional del volteo volvía a surgir; y el bautizo de nuevos romeros; y el sentimiento de los anderos durante toda la noche en vigilia guardando un sitio para poder llevar a la Madre.




Sin embargo ese momento tan esperado de la presentación en el templo de la cofradía matriz iliturgitana, tuvo el prólogo de un nuevo chaparrón. Muy emotiva esta presentación de la Matriz, que ponía fin a las de todas las cofradías que este año se han congregado en el cerro, y que desde la primera hora de la tarde sabatina en esa su manifestación anual ante el camarín de la Virgen, ratifican su presencia romera, muchas llegando prácticamente ininterrumpidamente desde hace varios siglos.




Estas presentaciones tuvieron, en general, un aire muy costumbrista, propio de cada localidad de origen, con momentos intercalados emocionantes y de gran belleza estética. También este año se pudo organizar mejor el Rosario por la calzada, ya que se ha suspendido el botellón que se creaba en la plaza del Santuario y que no dejaba transcurrir con normalidad el trasiego de devotos que iban o volvían del templo. La madrugada tuvo nuevos chubascos, pero que se esfumaron con las primeras luces del día dejando un día muy agradable para rendir cuentas a la Morenita en su procesión anual entre las cumbres serranas.

La Virgen de la Cabeza salía de su templo en fervor de entusiasmos en dos tiempos, antes y después de la eucaristía, ya que desde el año pasado preside la misa de romeros. Estuvo llevada con pasión y un especial mimo abigarrado por sus anderos que, además, no son sólo los que son, sino que dejan un trozo de varal para cualquiera que se lo pide para cumplir una íntima promesa. Y la Virgen de la Cabeza un año más, fiel a su cita de siglos volvió a escribir en el libro de la vida de ciento de miles de romeros un exultante discurso de Amor, Amor que rebosa hasta hacerse estremecimiento apasionado, esto es, hasta hacerse entrega y comunión sin reparos, en plenitud; hasta hacerse metáfora en manantial de eso que podemos llamar salvación; hasta que el amor se convierte en senda caminada y meta que reconforta y llena hasta el mismísimo borde del ser. La Romería fue de nuevo síntesis del límite de la vida; la Morenita procesionada fue fragua de la Gracia, entendida de mil modos, según cada cual. Pero algo ocurrió en el Cabezo, que por instantes, se hizo eterna la esperanza.

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